Recientemente he leído, en varias fuentes, que el ser humano comparte con los chimpancés el 99% de su código genético. Por mera curiosidad, pues nada sé de genética, he consultado cual es el porcentaje que compartimos entre sí los seres humanos. Ya intuía yo que por mera lógica, sería mayor que con los monos. En efecto compartimos entre nosotros el 99.9% de nuestro código genético. Es evidente que la diferencia es mínima y sin embargo somos tan diferentes unos de otros.
Permítanme el símil del ser humano con la informática. Más en concreto con un ordenador. Resulta que el hardware es prácticamente idéntico. Siendo esto así, las diferencias, grandes diferencias, en el aspecto físico que podemos apreciar con la mera observación entre humanos resultan, cuando menos, llamativas. No obstante esa diversidad hay elementos que son comunes a todos los individuos y en su normal funcionamiento todos somos iguales. Los distintos órganos desempeñan idénticas funciones en todos ellos, por supuesto presuponiendo que no hay lesiones que alteren su actividad.
Es en el aspecto del comportamiento donde, a pesar de esa identidad en el hardware, los resultados son inexplicablemente dispares. El hombre, y la mujer, son capaces de lo mejor y de lo peor. La historia de la Humanidad está llena de actos heroicos y generosos y por el contrario de actos ruines y miserables. Si la máquina es aparentemente la misma podríamos entender pequeñas desviaciones pero desde luego es inexplicable que una persona, llevado todo al extremo, pueda dar la vida por otro y un semejante sea capaz de quitársela y, lo más espeluznante, no muestre el más mínimo remordimiento.
En el siglo pasado algunos estudiosos del derecho penal llegaron a defender la existencia de un gen asesino. Sostenían que había sujetos naturalmente inclinados a la maldad y que dicha inclinación provenía de alguna mutación genética que, supuestamente, todos compartían. Lo cierto es que en algún que otro caso se utilizó el argumento para intentar exonerar a presuntos delincuentes.
Siguiendo con el paralelismo informático solo en el software estaría la respuesta. La educación recibida, los comportamientos observados y practicados, los valores inculcados, el ejemplo compartido. Ese hatillo que todos llevamos al hombro, unos más grande, otros más pequeño, unos mejor anudado, otros peor, entiendo que es donde puede buscarse la grandeza y la miseria del ser humano.
Podrán alegar, con toda la razón, que individuos que han compartido el mismo software, la misma educación, han tenido comportamientos bien diferentes y he de admitir que así es. No alcanzo a explicarme esa disparidad de resultado. Seguramente entra en juego el libre albedrio. No todo está escrito. Es posible que individuos semejantes, incluso la misma persona, respondan de manera diferente ante idénticas situaciones dependiendo del momento. Las circunstancias, el estado de ánimo y otras variables exógenas pueden condicionar la respuesta final.
Estas líneas responden a una noticia que he oído en los medios de comunicación. En el cerco de Sarajevo. Avenida de los francotiradores. La justicia italiana investiga si en ese lugar y momento individuos ajenos al conflicto, pero con el beneplácito de uno de los participantes, pagaron sumas importantes de dinero para que se les permitiera disparar sobre desconocidos civiles que necesariamente tenían que cruzar la tristemente famosa avenida.
Todo es presunto pues después de tantos años y dado lo oscuro del asunto será difícil probar nada. No obstante la sola posibilidad de que estos crímenes se hayan llevado a cabo atenta contra lo más profundo del ser humano. En las guerras se mata, por supuesto, y de guerras todos sabemos bastante. A lo que no encuentro explicación es a matar por el simple placer de matar a personas que nada te han hecho ni tenían intención de hacerlo. A mayor abundamiento, parece ser, que había una escala en función de si el objetivo era niño, mujer embarazada, hombre joven o mayor.
De ser esto así hemos alcanzado el sumun de la vileza. Semejante bajeza moral se me antoja insoportable. El ser humano, en su devenir por la historia, ha acumulado infamias sin cuento contra sus semejantes pero creo que siempre se disimulaba bajo la cobertura de algún objetivo, no siempre loable. En este caso el único fin a alcanzar es la malsana satisfacción de matar. Solo la degradación más absoluta de valores, la maldad llevada a la cúspide, la miseria moral, la ausencia de la más mínima empatía llevaría a esos sujetos a ejecutar esos asesinatos tan fríos como innecesarios.
Cuando su corazón sea pesado en el más allá el fiel de la balanza no encontrará contrapeso suficiente para equilibrarse y su alma, espero, será arrojada a los cocodrilos, o al infierno tanto me da. Me niego a compartir el 99.9 % de ADN con semejantes individuos.
