La reina Juana I de Castilla contrajo matrimonio con Felipe el Hermoso. De esta unión nacieron seis hijos y todos ellos, como a continuación veremos, fueron reyes o emperadores. Sin duda un caso excepcional que una prole tan numerosa llegara a “colocarse” tan bien.
Leonor (1498-1558) fue la primogénita. Si lo de sus hermanos fue notable lo de Leonor fue único. Casó en primeras nupcias con Manuel I de Portugal y, tras quedar viuda, posteriormente contrajo matrimonio con Francisco I de Francia. Sin darse importancia fue reina de Portugal y de Francia que, si exceptuamos a la unión de Castilla y Aragón, eran las naciones más punteras del momento.
El matrimonio con el rey portugués sigue la estela iniciada por sus abuelos los Reyes Católicos. Muchas eren las cuestiones en litigio con los lusos y era preciso tener una aliada fiable en dicha corte. La unión con Francisco I de Francia ya tiene otras connotaciones pues, como es sabido, su hermano, el Emperador Carlos, había tenido numerosos enemigos pero el más destacado era sin duda el rey francés.
Prueba de ello es que Francisco I fue prisionero de Carlos I y en esa condición permaneció encerrado en la torre de los Lujanes, en la Plaza de la Villa de Madrid, frente con frente al antiguo ayuntamiento de la capital.
Leonor fue el prototipo de mujer sacrificada en aras de la política. No quiso a ninguno de sus maridos pero acató su papel de mero instrumento en manos de su hermano.
Carlos (1500-1558). Del segundogénito difícil decir nada nuevo. Es el Emperador. Unificó bajo una misma corona los reinos ibéricos de Castilla, Aragón y Navarra más todo lo que cada uno de ellos aportaba en el exterior, que no era poco. Si a esto le añadimos la herencia de los Habsburgo y la corona del Sacro Imperio Romano Germánico nos hacemos una idea del alcance de su poder.
Contrajo matrimonio con Isabel de Portugal. Contra todo pronóstico dicen las crónicas que se amaron sinceramente. Su estancia en Granada fue una de las etapas más felices del Emperador. Prueba de ello es el palacio que mandó construir dentro de la Alhambra. Él que había sacrificado la felicidad de sus hermanas por cuestiones de estado se guardó para si la parte del león.
Isabel (1501-1526) es la tercera hija. Fue reina de Dinamarca y Noruega dado que su marido, el rey Cristian III, ostentaba el título que unificaba a ambas. Con posterioridad litigó, y ganó como legítimo heredero, la corona de Suecia. Por consiguiente Isabel también fue reina de Suecia. Murió muy joven, incluso para aquella época.
Fernando (1503-1564) fue elegido por su hermano el Emperador para heredar la parte del Imperio más vinculada a los Habsburgo. Cuando Carlos I abdicó la corona imperial pasó a Fernando que sería el nuevo emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Siendo el hijo más español del matrimonio terminó gobernando tierra extraña, cosa que hizo muy bien.
Sus abuelos, Los Reyes Católicos, ante la incapacidad de su hija, la reina Juana, la distancia y desconocimiento, en todos los sentidos, del Príncipe Carlos con respecto a las cosas de estos reinos, parece ser que valoraron nombrarlo su heredero. Pensemos que Fernando se había criado con ellos y conocía la forma de ser y de pensar de castellanos y aragoneses.
María (1505 -1558) casó con Luis II de Hungría y Bohemia y fue reina consorte hasta la muerte de su esposo. Con el tiempo, ya viuda, fue una importante colaboradora de su hermano, el Emperador Carlos I, hasta el punto que la designó gobernadora de los problemáticos y conflictivos Países Bajos. Mientras ella ejerció la gobernación los Países Bajos gozaron de una prosperidad sin precedentes. Una de las causas de esa bonanza económica fue la inteligente gestión de la gobernadora lo que permitió un periodo de paz poco frecuente en un territorio tan levantisco.
Participó, muy activamente, en las negociaciones tendentes a conseguir la corona imperial para su hermano Carlos. Su conocimiento del alemán y sus buenas relaciones con los Príncipes Electores fueron determinantes para alcanzar el objetivo, sin olvidar las ingentes cantidades de dinero que salieron, básicamente de Castilla, para saciar el egoísmo de los príncipes sajones.
Catalina (1507-1578) hija póstuma de Felipe el Hermoso. Su infancia trascurrió en Tordesillas donde compartió el encierro y las penurias de su madre la reina Juana. Parece ser que un carcelero compasivo abrió un ventanuco en los aposentos que compartía con su madre para que la niña viera la luz. Ella se asomaba y tiraba alguna moneda a la calle para que los niños del pueblo vinieran a jugar bajo el y así distraerse un poco.
Su hermano Carlos I, en una de sus visitas, conmovido por las condiciones en las que vivía, la sacó de su encierro pero fue tal el desconsuelo de su madre que la devolvió junto a ella otra vez. Solo salió para casarse con Juan III de Portugal y convertirse en reina del vecino país. De situación tan lamentable y humillante, para persona de tal calidad, pasó de ser rehén a convertirse en soberana sin solución de continuidad.
A la vista de los hechos es evidente que los hijos de la reina Juana I de Castilla eran muy deseados en todas las cortes. No es de extrañar pues el poder y el prestigio que le daban sus posesiones les otorgaba un atractivo muy especial. Al menos en la historia de España no hay otro caso que se le parezca. La influencia y las cotas de poder alcanzados por los seis hermanos no tienen parangón.
Lo cierto es que el muñidor de todos los enlaces no fue la madre sino el hijo. El emperador utilizó a todos sus hermanos como poderosos instrumentos que habían de servirle para alcanzar sus objetivos políticos y religiosos.
Al jefe de la casa, Carlos, la cuestión del imperio y la eclosión de los protestantes, con Lutero a la cabeza, le llevaron a dilapidar buena parte del oro de América y casi arruinar Castilla como consecuencia de los subsidios solicitados. Mi particular criterio es que ese capital debería haberse utilizado para mejorar la vida de sus súbditos a los que sospecho, al menos las coronas, le quedaban muy grandes.